sábado, 12 de abril de 2008

LA NO-INSTITUCIONALIDAD UBICUA

Basta con pasar una hora disfrutando la experiencia de dar una vuelta en carro por nuestra ciudad de Lima para darse una idea bastante ilustrada de la realidad característica de esta gran nación del Sur. Este Estado en que vivimos, que conformamos. Y se llama Perú.

El fenómeno se plasma frente a nosotros e invade todos los sentidos, la inequívoca característica naturaleza de nuestra realidad cobra forma en cientos de pequeños vehículos amarillos, zigzagueando a babor y estribor, al son de las bocinas y cornetas estrepitosas y al ritmo de motores mal arreglados, que producen nubarrones de un sospechoso humo negro que, en nuestra típicamente latinoamericana alienación, hemos aprendido a llamar smog. El desorden hegemónico puede palparse en el aire, rodeando nuestra piel, al tiempo que un sabor a decadencia se va quedando ahí, al fondo del paladar…

Es el Perú

Y no cabe duda alguna. El Perú de los vehículos erráticos, ése donde las colas pierden su apariencia lineal y su razón de ser por la ley del yo primero. Una sociedad de individuos que no parecen tener nada en común, además del hecho de saberse individuos sin nada en común; aislados, ensimismados, autonormativos y soberanos de su propio ser y su existencia, que termina en el espacio donde el aire roza –y humedece- su piel.

¿Pero es que será posible que no se hayan percatado aún de que nuestra inequívoca particularidad, nuestra seña distintiva, nuestro sello y nuestra marca es ser la sociedad más libre del mundo? Y es que difícilmente en este Globo que habitamos podremos encontrar otro lugar donde todo sea posible, donde cada día despertar es ilusión porque sabes que aún no lo has visto todo y ése auto que surca la vereda (regresando a nuestra metáfora inicial) a velocidad inusitada, transportando diez personas, tres costales y un colchón como techado, provocará ésa sonrisa que no puede ser rutinaria, cuando abriéndose paso entre confundidos peatones intente evitar la molestia de sumarse a esa multitud de autos entrelazados alrededor de un semáforo descompuesto. Y una vez más sabrás que eres completamente libre. Que estás en el único lugar en donde se puede hacer lo que sea, donde sea y a la hora que sea; sólo basta con quererlo.

Aquí en Perú, querer es poder.

Y ojo con la palabra: “PODER”. Un poder que embota a adolescentes embebidos de él (y bebidos de otra sustancia) cuando montan sus camionetas de doble tracción y se lanzan por la noche erráticos con un pie que aplana el acelerador y que después no encuentra el freno. El poder que dota a tres metros de soberanía a un digno guachimán, centinela atento de su trozo de vía pública. El poder de ése señor blanquiñoso y peludo, que en su caucásico pellejo y el azulino en sus ojos esgrime su derecho de primacía, creando su fila alternativa, paralela a ésa donde una humilde columna de seres un poco más obscuros espera a ser atendida.

Es el poder que todo el que se sabe peruano disfruta de cuando en vez, concomitantemente. Es el poder que socaba a otro alternativo en donde la voluntad popular y la acción colectiva se conjugan conformando una gran fuerza, uno que llaman “Poder” con “p” mayúscula en un panfleto de tres soles llamado “Constitución Política”. Uno que aquí se ha desbaratado en muchos podercitos individuales que nos permiten hacer nuestra propia ley y derecho, a placer…

Este espacio se dedica a ése fenómeno, a una realidad que lastimosamente es la que se acerca más a algo así como una Identidad Nacional, a un algo característico que nos hace comunes y peruanos a ti y a mí; y a todos los demás. Y es que se hace difícil negar que la desinstitucionalización progresiva de nuestra sociedad, de nuestras costumbres, de nuestra forma de hacer las cosas, es matriz fundamental de nuestra realidad de hoy, de éso que en una palabra podemos llamar cultura.

El estudio de la Ciencia Política nace (tardíamente) en el Perú con un abrumador, pero fundamental reto: reinterpretar una realidad social en donde la institucionalidad formal no existe, al menos no al nivel agregado y estructural de la comunidad de seres; de la ciudadanía. Y para nuestro futuro resultará determinante, por el simple hecho de que lo que los federalistas y los republicanos acertaron llamar Estado Democrático sólo podrá existir aquí realmente cambiando las condiciones dadas, curando esta No-Institucionalidad Ubicua que sólo identifica a los individuos consigo mismos.




¿Y por qué Mafalda?

Mafalda nace en una sociedad así. Amorfa, contradictoria, anómica. En un mundo en permanente tensión. Su confusión y su abierto cuestionamiento es para nosotros una íntima evocación de lo que es ser un politólogo: Mirar al mundo así, como es, no dando nada por entendido, nada además del hecho de que el poder se ejerce y es para organizarnos. Y que éste ejercicio debe ser simple y llanamente dirigido al fin de hacer un mundo feliz. O al menos decente. Sin hambre, sin muertos, sin injusticia y en fin, sin sopa…




1 comentario:

Beatriz dijo...

Una manera muy bonita de decir algo muy triste, muy decepcionante, muy depresivo... yo me atrevo a decir que lo que aquí se denuncia no es exclusivo de Perú,sino que se extiende por Latinoamérica (porque, bueno, Mafalda nació en Argentina) si no me creen, salgan a pasear por México, donde las manifestaciones nunca son legítimas, sino que tiene intereses detrás que no tiene nade que ver con elpueblo, con la gente, sino que son de una sola persona; donde las fuerzas del "poder" mantienen un discurso que se contradice con la realidad de sus actos...en fin.